A veces me esfuerzo por tratar de entender a los que ven el arte como una cuestión inflexible, en la que sólo hay cabida para los blancos y los negros, y en la cual no existen los grises. No puede ser más irónico, cuando precísamente el arte está lleno de esos matices por todas y cada una de sus partes.
¿Y en difinitiva qué es por ejemplo la música sino una forma de expresión universal? No hay más que fijarse en lo mucho que nos cuesta explicar las emociones que nos suscita una pieza musical cuando nos remueve por dentro. Muchas veces no hay siquiera palabras en el diccionario (en ninguno de ninguna lengua) para definir ese sentimiento que nos ha provocado.
Por eso adoro entender la música como una obra impedecedera que cada cual interpreta a su gusto. Las letras pueden decir una cosa para una persona y sin embargo contar otra totalmente dispar para otra. Pueden estremecer o por el contrario dejar frío. La melodía puede ponernos la piel de gallina o provocar aversión y repugnancia. La música como cualquier arte tiene esa asombrosa capacidad.
¿Y qué si me gusta sentir ese yo que sé que qué sé yo cada vez que oigo ese do o ese mi al piano? ¿Y qué si yo escucho música triste donde tú sólo escuchas notas alegres?
La clave está en descubrir esos pequeños matices y hacerlos tuyos poco a poco. Porque al fin y al cabo para eso están, ¿no? Porque además todos queremos formar parte de aquello que nos gusta y a la vez sentir que es una pequeña parte de nosotros, por muy contradictorio que pueda sonar.
La música narra la vida en claves de sol, de fa y de do.
¿Y en difinitiva qué es por ejemplo la música sino una forma de expresión universal? No hay más que fijarse en lo mucho que nos cuesta explicar las emociones que nos suscita una pieza musical cuando nos remueve por dentro. Muchas veces no hay siquiera palabras en el diccionario (en ninguno de ninguna lengua) para definir ese sentimiento que nos ha provocado.
Por eso adoro entender la música como una obra impedecedera que cada cual interpreta a su gusto. Las letras pueden decir una cosa para una persona y sin embargo contar otra totalmente dispar para otra. Pueden estremecer o por el contrario dejar frío. La melodía puede ponernos la piel de gallina o provocar aversión y repugnancia. La música como cualquier arte tiene esa asombrosa capacidad.
¿Y qué si me gusta sentir ese yo que sé que qué sé yo cada vez que oigo ese do o ese mi al piano? ¿Y qué si yo escucho música triste donde tú sólo escuchas notas alegres?
La clave está en descubrir esos pequeños matices y hacerlos tuyos poco a poco. Porque al fin y al cabo para eso están, ¿no? Porque además todos queremos formar parte de aquello que nos gusta y a la vez sentir que es una pequeña parte de nosotros, por muy contradictorio que pueda sonar.
La música narra la vida en claves de sol, de fa y de do.